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Segunda mención: «Piel de mandarina» por Paula Siam

Piel de mandarina

Prendo el estéreo. Un locutor da el pronóstico del tiempo: mínima, veinte grados, máxima, treinta y tres, cielo despejado. Sin lluvias, como hace meses. Tomás saca una Sprite de la guantera. Le da un trago, me ofrece. Está caliente. Quisiera un bidón de agua fría. Bebí bastante en la fiesta. La estaba pasando bien, pero Tomás empezó con eso de que quería volver. Hubiese dejado que se marchara solo. No pude despedirme de Nicolás. 

Falta poco para que amanezca. Tenemos que llegar al departamento; pronto saldrá el sol.

Bajo la ventanilla; la brisa de la noche me roza la piel. A lo lejos se ven las luces de la ciudad. Un periodista habla de la escasez de la crema UVX3, del número de internados en terapia intensiva. Los rayos del sol son llamaradas; la piel entra en un estado de ebullición. No quiero pensar en eso.  Me acurruco en el asiento.

Ludmila, no arranca, dice Tomás y me sacude el brazo. El auto está al costado de la ruta. Intenta ponerlo en marcha. Manejo yo, le digo y me siento al volante. Se oye el ronroneo del motor. Tomas empuja el vehículo. Se vuelve a parar.  Me hubiese quedado en la fiesta. Ahora estamos a mitad de camino, en medio de la nada. Papá nos mata si se entera. Encima, no tenemos señal para llamar a la grúa. 

A unos cuantos metros se ve una construcción pequeña. Nos servirá de refugio para cuando amanezca.  Saco una linterna de la guantera.

Gaspar hizo la fiesta de disfraces en la casa de los abuelos. La propiedad es enorme, está lejos de la ciudad.  Hace pocos meses, sacaron los árboles y las plantas del jardín, colocaron una alfombra de césped sintético. En el centro sigue la piscina. Antes, Gaspar nos invitaba a pasar el fin de semana a Celeste y a mí, cuando no volvíamos a nuestro pueblo. Salíamos de cursar a la noche y él nos pasaba a buscar. Escuchábamos música, nos metíamos en la pileta, llegaban amigos y amigas. El sol salía, mientras nosotros bailábamos en el patio. Hace tiempo que no veo a Celeste. Regresó al pueblo; me dijeron que no quiere volver a la ciudad. No sale de su casa, ni recibe visitas. Le quedaron muchas secuelas en el cuerpo, sobre todo en la cara. Sus padres la llevaron a varios médicos, hubo uno que les recomendó un tratamiento nuevo; se realiza en pacientes que sufrieron quemaduras severas, les injertan una especie de piel sintética. 

Al otro día de que Gaspar me enviara la invitación a la fiesta fui a una tienda de disfraces: me probé varios, elegí el de la Bruja Escarlata. En el espejo veía mi piel sana, tersa; me gustó el escote. Tomás se disfrazó de zombi. El anfitrión, Gaspar, se puso una máscara de halcón con un disco solar arriba. El torso, desnudo. Le caía de las caderas una tela azul. Decía con orgullo que era Ra, el dios del sol para los egipcios. Instaló una carpa que tapó todo el patio. Llevó varios DJs. Armaron los equipos en el balcón del dormitorio principal. Contrató una empresa para que se encargara de la iluminación. Había dos barras de tragos de cada lado del patio. A medianoche, salió a tocar una batucada. Mientras bailaba, un Freddy Krueger se acercó. Se quitó la máscara, era Nicolás. Estaba más delgado, el cabello le llegaba a los hombros. Tenía una mancha oscura en la mejilla. Entre los cuerpos que bailaban, sobresalía la cabeza de halcón con el disco solar.

Enciendo la linterna; por suerte, sigue la oscuridad. Saltamos un zanjón sin agua. Tomamos el camino de piedras que sigue hasta la casa. En un rectángulo cercado, sobresalen carteles pequeños. Lo que alguna vez fue una huerta, ahora es un pedazo de tierra seca. Tomás señala hacia adelante. Hay bultos desparramados alrededor de un bebedero, parecen animales muertos. Seguimos avanzando por el camino, vemos un cuerpo recostado sobre una piedra, le cuelga una maraña de cabellos, tiene un hueco en la frente, otro en el cuello, la cabeza está hinchada Se oye el zumbido de las moscas. Quizás haya sido la madre de la familia dueña de la casa. Ardió mientras trabajaba bajo los rayos del sol. ¿El resto de la familia se habrá salvado? Nos alejamos rápido, el olor a carne en descomposición me revuelve el estómago.

Llegamos a la casa. La entrada no tiene puerta. Arriba, solo están las vigas, más allá, las estrellas. Seguramente vinieron los saqueadores y arrancaron las chapas. No creo que vuelvan, solo quedan restos, objetos desparramados en el suelo: libros, juguetes, ropa. Se llevaron los cables. Desprendieron la grifería de la cocina y del baño. No nos servirá para pasar el día.

 Rodeamos la casa, intentamos hallar algo que nos proteja. Veo una lona detrás de una pila de troncos. Podemos llevarla para cubrir el auto. La doblamos en varias partes; es pesada. El cielo se empieza a teñir de naranja en el horizonte. Arrastramos la lona por el camino de piedras.

¿Oíste eso?

Bajo el volumen de la radio. Escucho algo parecido al canto de los pájaros. Nada más. Vuelvo a subir la radio. Hablan de la fotosensibilidad, detesto esa palabra, de las secuelas en la piel, de los tipos de medicamentos. Cambio de emisora. Tomás parece que estuviera alerta, debería descansar, el día será largo.

Una de las tantas veces que fui a la barra me crucé con Nicolás. Me contó que volvió a cursar algunas materias en la facultad. Va de doce a tres de la mañana, como todos; tenemos que acostumbrarnos a los nuevos horarios, a vivir de noche, cuando el sol no está. Me preguntó si Tomás se había adaptado a la ciudad y cómo venía la convivencia. Bien porque yo me encargo de todo en el departamento, mi hermano siempre fue un nene mimado, le dije. Nicolás se rio. Le pregunté si se había recuperado. Me dijo que sí. Su padre seguía delicado. Entramos a la casa. Subimos la escalera. En el pasillo nos cruzamos con una Caperucita Roja; en una mano, llevaba una canasta con manzanas; en la otra, sujetaba con una cadena a un lobo feroz que caminaba en cuatro patas. El lobo olfateó a Nicolás. Parece que al lobito le gustó Freddy Krueger, dijo la chica, y fueron hacia la escalera. Nosotros nos metimos en uno de los dormitorios. Le pedí que me mostrara las quemaduras. Se levantó la remera. Se dio vuelta. Tenía una mancha grisácea que le cubría casi toda la espalda. En la cintura, algunos pozos: huellas de las ampollas que salen. Apoyé mi mano. Se encogió de hombros. Sentía pudor, quizás. Le dije que se quedara tranquilo. Recorrí la piel áspera, parecía tierra seca y agrietada. 

Se oye un cántico. Son niños, dice Tomás. Me fijo la hora: las once de la mañana. Las voces se acercan, cantan a coro una canción desconocida.

Algo salta sobre el auto. Suenan los pasos en el techo. No sabemos si quedarnos en silencio o pedirles ayuda. Alguien se mete por la lona. Es una niña de seis o siete años, supongo. Golpea la ventanilla; bajo el vidrio. Saluda, tiene una vocecita aguda y suave. Su piel está bronceada; las mejillas, coloradas. Dice que le gusta mi traje. Toma mi mano y mira las uñas rojas. 

¿A ustedes no les hace mal el sol?

Levanta los hombros. Estira los brazos, me entrega una bolsa. La abro; sale un aroma a mandarinas. Le agradezco. 

 Tomás saca una mandarina de la bolsa, yo agarro otra. Son enormes. Las pelamos con desesperación, devoramos los gajos. Son dulces y jugosas. Hace bastante que no comía una fruta así, últimamente escasean todas. La niña me observa y sonríe. 

¿De dónde sacaron esta fruta?

Tampoco me responde. Mientras que en varias localidades construyen domos, estos niños caminan bajo los rayos del sol. Se me viene a la cabeza El país de El nunca jamás. La niña sale de la lona. Oímos risas y el mismo cántico de antes.

Tengo jugo alrededor de la boca; Tomás, también. En la bolsa queda una mandarina, la cáscara está bastante rugosa; la agarro. Hundo los dedos. Al pelarla, recuerdo la espalda de Nicolás. Quisiera sacarle la piel como a esta mandarina. 

***

Paula Celina Sian (Rosario, 1986) Estudió el Profesorado de Letras en la Facultad de Humanidades y Artes (UNR). Es docente de Lengua y Literatura en escuelas secundarias de la ciudad de Rosario. Realizó clínicas de narrativa con Laura Rossi en 2021 y 2022, y con Lila Gianelloni en 2023. Algunos de sus cuentos recibieron menciones en concursos literarios. En el año 2023 obtuvo la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes por un proyecto de novela que está escribiendo. Próximamente publicará su primer libro de cuentos Detrás de los arbustos en la editorial Caburé Libros.

Jurados, organizadores y premiados.
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