La rata sube hasta la cabeza, luego parece querer esconderse dentro de una gorra, pero acaba descendiendo por el pecho del maniquí mientras varios curiosos la graban al otro lado dela vidriera. Eso sucediò en España y es un ejemplo de lo que ocurre en todo el mundo. El vídeo se viralizó a principios de diciembre en un comercio de Las Palmas de Gran Canaria, donde las ratas se les han ido de las manos. Ha pasado lo mismo en Santander, donde el Ayuntamiento ha echado mano de mapas de calor, como esos que usan las televisiones para saber por dónde anda el juego en los partidos de fútbol. Y en el barrio de Poble Sec, en Barcelona, donde las obras de drenaje del alcantarillado las han obligado a desokupar sus hábitats. Y en un colegio de Avilés, y en los pueblos de Valencia afectados por la DANA, y en el parque de bomberos de Parla, y en Sevilla, donde este verano cerraron el Parque Huerta del Perejil. «Hay más ratas que niños», denunció una vecina.
Desde hace tiempo hay PLAGA DE RATAS en la zona comercial de Las Palmas de Gran Canaria por vencimiento del contrato de desratización en mayo 2023 y no renovarlo.Hay imágenes las ratas paseando en medio de la calle comercial y ahora están entrando en los locales.Feliz Navidad pic.twitter.com/5tf1Z8NfHP
— Gustavo Navarro (@gustavoJnavarro) December 8, 2024
Tras crear las zonas libres de coches, las zonas libres de contaminación, de humos, e incluso de machismo, las ciudades españolas difícilmente crearán las zonas libres de ratas, las mayores habitantes de las urbes paralelas que hemos construido en el subsuelo. «Llevan aquí 500 años, jamás vamos a poder eliminarlas», resuelve la investigadora del INIA Azucena Bemejo. Sin embargo, lo seguimos intentando. Llevamos escrito en nuestro ADN el temor a todo lo que pueda enfermarnos, y ellas pueden. «Son un reservorio de agentes nocivos, bacterias, virus, parásitos… Son un problema de sanidad pública», explica José María Navas, profesor del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria (INIA) del CSIC.
Según la Organización Mundial de la Salud, son responsables de más de 400 infecciones humanas al año como consecuencia de mordeduras, parásitos y orines. Investigadores de las universidades de Cornell y Columbia analizaron 133 ratas obtenidas en el año 2015 en los cinco condados, y descubrieron más de 6.500 pulgas, piojos y ácaros que pueden transmitir enfermedades como el tifus, peste bubónica, e incluso 18 virus nuevos desconocidos hasta la fecha, lo que las convierte en un excelente candidato para expandir una nueva pandemia.
Extrapolando a toda España los 900 kilómetros de red de alcantarillado de Barcelona, la empresa EZSA Sanidad Ambiental, dedicada al control de plagas, estimó en 2021 que en todo el país viven 19.570.000 ratas. En un informe del pasado octubre sobre la ciudad de Bilbao, les salían unas tres por cada diez habitantes. Y no podemos quejarnos, ya que en Londres y París se cree que su población ya supera a la de vecinos. El crecimiento de las ciudades, que lleva parejo un crecimiento de la red de alcantarillado, llevaría a extrapolar que la población de ratas urbanas en el mundo ha aumentado entre un 15 y un 20% en la última década. Además, la pandemia ha hecho que estos roedores amplíen sus fronteras en busca de alimento. La Asociación Nacional de Empresas de Sanidad Ambiental (Anecpla) alerta del incremento de población y, para la empresa de control de plagas SEDESA: «La invasión de las ratas está fuera de control y es una bomba de relojería biológica».
«La población depende de la basura que generamos, son una especie comensal, es decir, convivimos con ellas», apunta Navas. Por eso en Nueva York, tras décadas luchando contra una plaga, celebraron este año su primer congreso de ratas para descubrir, por increíble que pueda parecer en Europa, los contenedores de basura. «Privarlas de agua, alimento o refugio es más eficaz que el uso continuado de raticidas», apunta Ignacio Santamarta, director de control de plagas del Grupo Sasti.
A las ratas, cuenta el rodentólogo Bobby Corrigan, les debemos entre 25 y 30 años de vida por su papel en la investigación científica. Las ratas de laboratorio han tenido la oportunidad de demostrar en innumerables ocasiones su inteligencia. Algunas saben contar, resolver acertijos y moverse al ritmo de la música. Se cree que incluso desarrollan algo parecido a la imaginación. Según su especie, algunas se han incorporado al mercado laboral. Las denominadas grandes africanas se están utilizando para la detección de explosivos y el contrabando de especies, alertando a los agentes con un pitido que producen tirando de una pelota que llevan atada al pecho con un chaleco.
En España, tenemos la parda, rattus norvegicus, y la negra, rattus rattus. Aunque también se han detectado en zonas húmedas del norte, próximas al Urumea y el Bidasoa, ratas almizcleras, procedentes de Francia. Las dos primeras pesan entre 230 y 500 gramos. Las últimas, hasta dos kilos.
Las pardas prefieren las alcantarillas, las negras los parques públicos, en los que construyen nidos que no se diferencia de los de los pájaros. Ambas pasan la mayor parte de su vida a no menos de 50 metros del lugar en el que nacieron y, con el tiempo, han aprendido nuevas destrezas urbanas, pasando de asaltar el bocadillo o el helado abandonado en el césped a atacar a las palomas, como se las ha visto en el parque de Tribeca de Nueva York.
Consideramos que las ratas están bajo o fuera de control dependiendo de un dato tan poco empírico como si las vemos, o no las vemos. Y empezar a verlas suele ser sinónimo de problemas. Una camada con una decena de crías podría convertirse en un año en una comunidad de 10.000 ejemplares. Otros estudios hablan de que dos ratas podrían convertirse en 35 millones en dos años.
Para acabar con ellas, los raticidas anticoagulantes sigue siendo el método más efectivo. Consisten en inhibir un gen, lo que hace que el animal muera por hemorragias internas en 24 o 48 horas. Sin embargo, las constantes mutaciones están poniendo cada vez más en cuestión su eficacia, apareciendo superratas inmunes a los venenos.
«Desde el punto de vista biológico es muy interesante», apunta Navas, «porque las poblaciones evolucionan a toda velocidad, es decir, que no es algo que necesite miles o de cientos de miles de años para producirse. Cuando hay una presión sobre una población, como es muy flexible y genera mutaciones de continuo, al final se seleccionan los individuos que son capaces de sobrevivir en esas condiciones, de hacer frente a esa presión que se está produciendo».
En la ciudad de Barcelona, una investigación liderada por Jordi Figuerola y Tomás Montalvo reveló una resistencia generalizada a rodenticidas anticoagulantes en el ratón doméstico (Mus musculus domesticus). El estudio encontró que la mayoría de los ratones analizados presentaban mutaciones en el gen vkorc1, lo que les confería resistencia a compuestos como la bromadiolona y, en algunos casos, al brodifacum.
Otro estudio, del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA) del CSIC, detectó mutaciones en el gen vkorc1 en ratas de alcantarilla (Rattus norvegicus) y ratas negras (Rattus rattus) en 12 comunidades autónomas.
«Sabemos, aunque todavía está sin publicar el estudio, que algunas poblaciones de ratas en Cataluña son multirresistentes a todos o casi todos los rodenticidas habituales. Esta selección de resistencias ha podido ser generada por el empleo inadecuado de rodenticidas sin llevarse a cabo una rotación, es decir, ir cada cierto tiempo cambiando el ingrediente activo, aunque posiblemente también haya intervenido algún factor genético de predisposición», apunta Mikel González, del Departamento I + D del Grupo Sasti.
Otro de los problemas que causan los rodenticidas es que un mal uso y abuso puede provocar envenenamientos de animales no deseados, incluidas las mascotas, además de ser nocivos para el medio ambiente. La alternativa, las trampas de toda la vida, aunque se han usado hasta perros especializados, hielo seco y pegamento, prohibidos recientemente en el Reino Unido en respuesta a denuncias sobre bienestar animal.
Aún así, países como Nueva Zelanda planean matar a todas las ratas del país, que están acabando con pájaros, semillas, caracoles, lagartijas, frutas, huevos, polluelos, larvas y flores. En 2023 empezaron a colocar trampas y cebos envenenados por sus 268.000 kilómetros cuadrados. Sin embargo, tardaremos en saber cómo les ha ido para ver si queremos imitarles, porque no esperan acabar con ellas hasta 2050.
Fuente: elmundo.es