Juan Aguzzi
Estrenada en Estados Unidos en setiembre de 1974, Chinatown, una de las mejores policiales negras de los setenta y entre las mejores de un listado más extenso de films noir, tuvo su circulación mundial en diciembre de ese mismo año, al menos en la parte occidental del mundo. El thriller noir dirigido por Roman Polanski abordaba con precisión iconográfica varios componentes esenciales o posibles del género, tales como la corrupción política, los crímenes impunes, las pasiones desenfrenadas, el abuso sexual intrafamiliar.
Chinatown es una película que resulta perturbadora y deslumbrante aun en estos días. Su violencia contenida siempre a punto de estallar, el desierto como una presencia hostil de fuerza arrolladora, la adecuada fusión entre erotismo y fatalidad y una tensión creciente que irá revelando un drama familiar con un inocultable eje en la perversión y la humillación, construyen una historia laberíntica donde nada es lo que parece. Según su guionista, el también escritor Robert Towne, el título del film tenía más que ver con una cuenta no saldada por el detective protagonista, quien mencionará un caso no resuelto que involucraba a una joven y terminó en tragedia en la zona de Los Ángeles conocida como Chinatown.
El escritor y guionista Robert Towne, que venía de firmar el libro de El último deber (Hal Ashby, 1973), un relato sobre las vicisitudes de dos oficiales de la armada que deben trasladar a un marinero raso a prisión, con Jack Nicholson en el protagónico principal, donde durante ese transcurso surgirán varias situaciones inauditas y hasta descabelladas, tenía un nuevo proyecto entre manos, un thriller de sesgo neo-noir ambientado en Los Ángeles a fines de los años 30. Un cruce interesado entre Towne y un poderoso productor de ese momento, Robert Evans –productor de la exitosa comedia con Jack Lemmon y Walter Matthau, Extraña pareja (Gene Sacks, 1968) y de las aún más contundentes dos primeras partes de El padrino (F.F.Coppola, 1972, 1974), que lo había convocado para ofrecerle escribir el guion de El gran Gatsby, sobre la novela de F. Scott Fitzgerald, con un pago de 175 mil dólares cash, terminaría en el germen de lo que sería Chinatown.
De movida, Towne, que era un lector dilecto de Scott Fitzgerald, dejó en claro que no se sentía lo suficientemente capacitado para convertir ese libro en un guion. Lo que siguió fue la insistencia de Towne para que Evans aceptase financiarle su nuevo proyecto, que ya tenía bastante avanzado, y para tentarlo le dijo que con 25 mil dólares se sentiría satisfecho. Ambos se conocían bien, sobre todo de la época en que, como jefe de producción de los estudios Paramount Pictures, Evans había logrado sacar de una crisis profunda a la compañía y la había convertido en una de las más prósperas del mercado estadounidense.
La amistad continuaría a través del tiempo y cuando, ya en los 80, Evans cayó en la mala y fue condenado por tráfico de cocaína y como cómplice de un homicidio, Towne se ocupó de conseguirle abogados. De todos modos hubo cierto tire y afloje con algunas cuestiones como la dirección del futuro film, que Towne quería hacer, y en relación a quién sería el protagonista principal. El asunto se zanjaría en una suerte de empate; Evans quería el control de la película y dijo que elegiría al realizador, a cambio cedió con la elección de Jack Nicholson para el rol principal, a quien Towne tenía en mente mientras delineaba el personaje del detective J.J. Gittes.
Puesto a la tarea de encontrar el realizador que mejor pudiera plasmar el guion de Towne, Evans comenzó un casting de directores entre los que barajó a Peter Bogdanovich, Mike Nichols y John Huston –este último terminaría formando parte de la cinta en calidad de actor–, pero le costaba decidirse por alguno de ellos. En ese ínterin, Roman Polanski se entera del proceso de escritura del guion gracias a su amigo Jack Nicholson.
Siempre ansioso de encontrar proyectos que lo motivaran Polanski, que venía con dos fracasos consecutivos de taquilla con Macbeth (1971) y la película de producción italiana ¿Qué? (1972), habló con Evans y se ofreció como director. Y a Evans, a quien le había gustado mucho El bebé de Rosemary (1968), le pareció que el director de origen polaco podía imprimirle algo del tono más oscuro y perturbador que requerían las páginas del guion de Towne que venía leyendo. Luego del entusiasmo inicial Polanski estuvo a punto de bajarse, puesto que las locaciones en Los Ángeles le recordaban el brutal asesinato de su mujer Sharon Tate, ocurrido cuatro años antes.
La trama de Chinatown se desarrollaría a finales de la década de los 30 en Los Ángeles –en continuidad de una tradición de localización del cine negro norteamericano–, donde al detective privado J. J. Gittes lo contrata una mujer para encargarse de la vigilancia de su marido, Hollis Mulwray, el jefe de la empresa de aguas de la ciudad, de quien ella sospecha que le es infiel. El caso se irá tornando cada vez más complejo al develarse una escabrosa red de corrupción relacionada con la comercialización del agua y la implementación de sequías artificiales para presionar a los agricultores de la zona por parte de un inmoral terrateniente.
Towne se había basado en parte en las disputas por el control del agua que asolaron California y la región a comienzos del siglo XX y también en la vida del ingeniero William Mulholland, quien fue responsable del colapso de la presa de San Francisco que dejó bajo el agua a dos localidades con la consiguiente muerte de casi 500 personas. Una vez que leyó el guion, Polanski sugirió a Towne reescribir algunas partes para reordenar la historia en función de que fuese el público quien desentrañe el misterio al mismo tiempo que su protagonista, haciendo que Nicholson apareciera en todas las escenas de la película.
Pero Towne no estaba convencido de esto y el desencuentro acabó rompiendo la relación entre guionista y director, más acentuado incluso por diferencias en el clímax final de la película. Towne se inclinaba por un final más enrevesado y Polanski estaba convencido de que se necesitaba un final sobrio y trágico. Finalmente, el director se salió con la suya y Towne abandonó el proyecto. La escena final fue escrita por el propio Polanski pocos días antes de su rodaje. Sin embargo, no se trata de esos finales que redimen o transforman una película sino más bien de uno tremendo en el que desemboca naturalmente el relato.
En la rueda de prensa posterior al estreno, el realizador dijo en referencia a la última secuencia: “Si Chinatown iba a ser algo especial y no solamente otro thriller donde los buenos triunfan, Evelyn tenía que morir”. Mucho años después Towne admitiría que Polanski tenía razón y que el final que había quedado era mucho más apropiado que el que él había imaginado. Pese a estas idas y vueltas, el guion de Towne pasó a la historia de Hollywood como uno de los mejores jamás escritos. No es exagerado, ya que se trata de uno de los finales más impactantes y desoladores que puedan imaginarse.
El rodaje comenzó también con algunos problemas. Polanski, sin que Evans se enterase, contrató a William A. Fraker como director de fotografía, con quien había trabajado en El bebé de Rosemary. Cuando el productor se enteró trató de sabotear la elección, ya que consideraba que le quitaría el control sobre ciertos aspectos de la producción. Para ello hizo valer su prestigio ante los ejecutivos de la Paramount y finalmente la dirección de fotografía quedaría en manos de John A. Alonzo, quien tenía suma destreza para filmar con luz natural, un requisito que Polanski consideraba imprescindible para dotar al film de tono realista.
Aparte de Nicholson, los demás protagonistas fueron Faye Dunaway, quien animaría a la ambigua femme fatale Evelyn Mulwray y John Huston, que encarnó el difícil rol de Noah Cross, el desquiciado multimillonario con planes siniestros. También Polanski se reservó el papel de un gánster que le corta la nariz al detective. A decir verdad, el rodaje fue todo un delirio puesto que Polanski y Dunaway no congeniaron de entrada y ambos terminaron insultándose y los presentes en una de las secuencias recuerdan a la actriz arrojándole un vaso con orina a la cara del realizador, que no le había permitido ir al baño durante una escena.
Años después Dunaway diría que Polanski era un ser cruel, sarcástico y que necesitaba humillar a la gente, principalmente a sus actores. A pesar de que eran amigos, también con Nicholson tuvo algunos problemas y ante la negativa del actor a volver a filmar durante un partido en el que jugaba su equipo favorito, Los Ángeles Lakers, Polanski rompió el televisor portátil donde lo estaban pasando.
La cautivante banda sonora pertenece al reputado Jerry Goldsmith, quien compuso y grabó la partitura entera de la película en diez días. Para ello, contrató al trompetista Uan Rasey, que grabó unos perturbadores solos de trompeta. La música fue elogiada hasta por David Lynch, quien señaló que se trataba de su banda sonora favorita. El film obtendría nada menos que once nominaciones a los Oscar como mejor director; mejor actor principal; mejor actriz principal; mejor banda sonora; mejor fotografía, aunque únicamente se alzó con la estatuilla en la categoría de mejor guion original al trabajo de Towne.
El film fue el último de Polanski en Estados Unidos, quien poco después se exiliaría ya que pesaba sobre su cabeza una orden de captura por el caso de Samantha Geimer, una jovencita que comenzaba a modelar, de tan solo trece años, a la que el director había drogado para después abusar de ella sexualmente.