Toda Federación o Asociación deportiva tiene como uno de sus objetivos principales brindarle el acompañamiento y el lugar para desarrollarse a las instituciones y deportistas en la búsqueda de sus objetivos. En esa labor es importante saber hallar el equilibrio entre los diferentes estratos y posibilidades de esas instituciones, por lo que habrá que encontrar la forma para con sus competencias darles cabida y espacio a aquellos que puedan ir hacia un básquet más profesional pero nunca olvidarse de aquellos que apuntan al aspecto social por sobre todas las cosas. Ser elitista o profesional no es ser mejor que otro. Simplemente es tener un objetivo distinto y también diferentes posibilidades.
En este contexto es fantástico tener clubes con capacidad de inversión y apuesta, pero nunca debe olvidarse de aquellos que no pueden o no quieren salir del tan básico pero importante jugar para competir, competir para jugar, aprender y enseñar. Y claro, tener a los pibes y pibas fuera de la calle, por más trillado que suene.
Por eso el nacimiento de la Superliga años atrás fue una muy buena idea surgida de la colaboración entre la Rosarina y la Municipalidad, buscando darle a un grupo de elencos de elite la chance de desarrollar una competencia que ofrezca un espectáculo superador con apuesta deportiva pero también estructural y organizativa. Detalles como la presentación de equipos, la música en los estadios, respetar horarios, cronogramas de juego, apostar a mayor difusión e incluso a televisar algunos juegos. No todo pudo cumplirse todo el tiempo, pero sí buena parte de ello.
Más allá de gustar o no los formatos (difícil que a la gente de básquet le agrade más un cuadrangular que un playoff), la idea fue buena y tuvo aceptación y éxito aunque hubo que aguantar el paso traumático de la reducción de equipos.
Es que para que exista un torneo de elite el número de elencos debe ser reducido, no hay alternativa en cantidad de jugadores y en capacidad organizativa para estar a la altura. Ocho era poco, doce era mucho y por eso el número ideal de diez generó un certamen atractivo con partidos muy buenos en cada jornada. Y claro, el interés de los que no están allí de esforzarse por llegar y pertenecer.
Pero en el camino la idea se diluyó, se perdió. Sin la mirada atenta de la Municipalidad se relajó todo y comenzó a jugar el típico amateurismo rosarino, y no precisamente el de los jugadores. Echarle la culpa a la pandemia puede ser el camino más fácil, pero el rumbo se perdió antes.
Quizás sea momento de pensar a futuro y apuntar a la doble mirada con inteligencia. A un básquet fuerte de base apuntado a lo social deportivo formativo, y a otro que permita desarrollarse a los que van por algo más y están listos para la apuesta de una gestión de negocio inteligente y productiva. No es justo exigir a todos igual pero tampoco se le puede atar un ancla al que quiere hacer algo distinto.
Y para ese tipo de torneo 13 equipos es un sinsentido, y jugar de manera anual también (con la locura que va a traer el libro de pases del Pre-Federal a mitad de año). Pelota oficial, acuerdos de vestimenta, publicidades compartidas, y todas las ideas que surgieron en ese momento pueden reflotarse.
Con seis equipos en Federal, otros tantos en fuerte apuesta para la local, queda demostrado que se puede y el campo está sembrado para continuar lo que se inició e interrumpió.